¡Atención!
Esta parte de la historia contiene lenguaje
sexual explícito, así que
si sos susceptible a este tipo de cosas, te ruego
retrocedas. Hecha
esta aclaración, dejo a criterio del lector
seguir. |
Everything
comes back
Endlessly
Meaninglessly...
Se sentía bien.
Se sentía tan bien... Todo era tal como lo hubiera
imaginado de haber tenido ocasión de hacerlo... Sus
manos resbalando por mi espalda, su lengua en mi cuello,
su pecho agitado y húmedo contra el mío. Yo sólo
podía arquearme, echar la cabeza más atrás con los
ojos cerrados, intentando en vano contener los gemidos
que él me arrancaba con cada beso, aferrándome a esos
brazos que me cercaban y me sostenían. Sus caderas se
apretaban contra las mías mientras yo le hacía lugar
entre mis piernas, enlazando con ellas su cintura. Su
nombre rodó contra mi paladar, lo pronuncié quedándome
sin aliento cuando sus caderas lo impulsaron dentro
mío... Busqué a tientas su cara y la sujeté,
alzándome entre gemidos del suave perfume de su almohada
para besarlo... Encontrándome en cambio con los
fríos ojos celestes de Aya... Me
aparté de él como quien se aparta de una botella de
ácido que se vuelca, lo rechacé con horror, agitando
frenética las manos ante mí para alejarlo. Y vi
espantada los trazos rojizos que mis dedos dejaban en su
pecho. Y al mirar mis manos vi la sangre que las cubría,
sangre fresca que goteaba entre mis dedos y sobre mi
cuerpo.
Like we needed
to look back to face today
To understand
tomorrow....
Me senté de un
salto en la cama, advirtiendo que tenía ambas manos
apretadas contra la boca. Las aparté de mi cara con un
escalofrío y las expuse a la escasa luz que llegaba de
la calle; comprobé aliviada que no había rastros de
sangre en ellas. Creí escuchar dos sonidos breves,
apenas audibles, miré desorientada a mi alrededor. El
corazón parecía un tambor en mi pecho y me costaba
respirar, pero por suerte mi mente recuperó
enseguida un mínimo de lógica. Estaba en el dormitorio
de Aya. Yo me había negado a seguir ocupando el de
Youji, que necesitaba una cama cómoda y amplia como la
suya para descansar su pierna herida. Pero Aya a su vez
se había negado a que yo durmiera en el sillón,
disponiendo que esa noche usara su cuarto y su cama
mientras él dormía en el living.
Pero la escasa
lógica que recuperara para reconocer el lugar se esfumó
cuando la última imagen de mi sueño se dibujó con
claridad en mi cabeza. Me cubrí la cara con las manos
ahogando un gemido, las lágrimas quemándome los ojos,
la garganta dolorosamente cerrada. Me hice un ovillo,
meciéndome atrás y adelante mientras luchaba por
acallar el ruido de mi llanto, que parecía despertar
ecos en todos los rincones de esa habitación tan fría y
vacía.
That old glassy
dream is shutting up again
My small dolls
house
My private hell
My space to fly...
Tranquila, ya pasó.
El mero sonido
de esa voz me hizo temblar. Sentir la breve presión de
esa mano en mi hombro me hizo saltar a un costado,
intentando por cualquier medio apartarme y evitando al
mismo tiempo mirarlo. La mano se retiró de inmediato. Me
tomó un par de segundos levantar la cabeza y
enfrentarlo, una figura oscura en la penumbra de la
habitación, quieta y erguida a mi lado. La misma maldita
sombra que, ahora lo sabía, poblaría mis sueños por un
buen tiempo desde esa noche. Hallé sus ojos por
intuición y lo miré furiosa.
¿Qué
estás haciendo acá?
Las palabras
silbaron entre mis dientes apretados. Desde que lo
conociera en ese callejón tres noches atrás, Aya había
estado siempre ahí acechando, observando y escuchando,
disponiéndolo todo según a él mejor le parecía,
arrastrándonos a todos tras él y sus ansias de matar.
Aún me costaba respirar bien, pero ya no por mi llanto.
Un calor desconocido me ganaba el pecho, colmándome de
rabia y rechazo. Pero Aya no se dio por aludido por mi
tono. Por supuesto que no lo iba a hacer. Me miró un
momento más y se sentó en el borde de la cama sin la
menor vacilación.
Its
closing and I still dont know
If I want anything to do
With whats left
outside...
Te
escuché quejarte. Llamé a la puerta y no contestabas, y
te oí llorar. Así que entré.
Hablaba como si
nada, ignorando la furia y el rechazo que yo sabía
evidentes en mi cara.
Estoy
bien.
¿Segura?
Me incliné
hacia él sintiendo unas ganas locas de darle al menos
una cachetada. La última persona que quería tener cerca
en ese momento era él. Porque era capaz de despertar en
mí una violencia que yo jamás había siquiera imaginado
que existiera en mi interior. Y lo que estaba sintiendo
en ese momento era la prueba más clara.
Estoy
bien. Y quiero estar sola.
Volvió la
cabeza para mirarme de frente y pude ver que su
expresión recuperaba su ceñuda frialdad de siempre.
Asintió con un breve cabeceo pero no se movió. Hubiera
querido gritarle a todo pulmón.
Quiero
estar sola repetí en un siseo furioso.
Eso es
exactamente lo que menos querés.
No pude
contenerme. Olvidándome por completo que sólo llevaba
puesta la camisa de mi piyama, me arrodillé en la cama y
hundí los puños en las frazadas para inclinarme aún
más hacia él.
Dejá de
decirme qué hacer sin detenerme a pensarlo empujé
su hombro con un dedo acusador. Dejá de meterte en
mi vida. Y andate.
Su puño detuvo
el mío en el aire cuando estaba por volver a tocarlo,
cerrándose sólo con la fuerza necesaria para
inmovilizarlo. Su fría serenidad demolió cualquier
vestigio de autocontrol que todavía pudiera quedarme.
Liberé mi puño de un tirón y lo descargué contra su
pecho.
¡Andate!
hubiera querido gritar, pero la violencia de mis
emociones ahogaba la voz en mi garganta. ¿No
tuviste suficiente ya? ¿No te alcanza con que haya
matado a ese tipo? ¿Con que me haya convertido en una
asesina por vos, por tu culpa?
Ahora golpeaba
su pecho con mis dos manos, erguida sobre mis rodillas,
su cara borroneada por las lágrimas. Pero veía su pelo
rojo en la penumbra. Y el color se extendió por todos
lados, viscoso y húmedo, cegándome. Sacudí la cabeza
tratando desesperada de apartar la sangre de mis ojos.
Aya me había aferrado ambas muñecas, conteniéndome.
Volví a verlo a la luz del fuego, también sujetándome
las manos y sosteniéndome. La misma maldita expresión
imperturbable, la misma maldita comprensión ante mis
reacciones. Forcejeé por liberarme de él. Su piel me
quemaba ahí donde tocaba la mía. Perdí mi precario
equilibrio y caí hacia atrás, tan bruscamente que lo
arrastré conmigo.
Im not
affraid of pain
Theres so much
here inside
That Ive forgotten
how to fear it...
Lo siguiente fue
sentir un peso sobre mi pecho y mi abdomen y una
respiración un poco agitada sobre mi cara. Abrí los
ojos al instante, encontrando los de Aya mucho más cerca
de lo que esperaba. Mi mente recorrió mi cuerpo como si
estuviera chequeando un objeto ajeno y separado de mí.
Para mostrarme que estaba de espaldas sobre la cama, una
mano a cada lado de la cabeza y ambas todavía sujetas
por las de Aya, que había caído sobre mí. Pero eso no
era todo, ni ciertamente lo peor: me había caído hacia
atrás con las piernas separadas, y entre ellas ahora
estaba el resto del cuerpo de Aya que no quedara
directamente encima mío. La impresión me mantenía
pegada a la cama, impidiéndome cualquier movimiento para
revertir la situación. Pero fue cuestión de segundos.
Fruncí el ceño más furiosa aún que antes aunque no
volví a forcejear, consciente de que era inútil: Aya
era demasiado fuerte para mí.
Salí.
De. Acá separé las palabras para acentuar el
significado de cada una.
Aya se alzó
instantáneamente apoyándose en sus manos,
permitiéndome volver a llenar los pulmones. Me miró con
fijeza a los ojos pero su expresión ceñuda no era
ninguna que yo le conociera, y repentinamente volvió a
apoyarse sobre mí y aplastó su boca contra la mía.
Esta vez la sorpresa realmente me
paralizó. Sus labios se separaban sobre los míos, su
lengua buscando un contacto más profundo. Apenas fui
consciente de que estaba respondiendo a su beso,
ofreciéndole mi boca entreabierta, mi lengua moviéndose
junto a la suya. Sus manos se aflojaron en torno a mis
muñecas y pude enredar mis dedos en su pelo... Hasta que
la situación me alcanzó en todo su significado. Ese
cuerpo sobre el mío cuya respuesta podía empezar a
percibir, esa boca contra la mía y la lengua dentro de
ella, la respiración agitada, el calor, todo eso que yo
estaba recibiendo y aceptando, a lo que mi propio cuerpo
empezaba a responder... era Aya.
Abrí los ojos
desorbitados y aparté mis manos de su cabeza. Él se
detuvo de inmediato. Su lengua retrocedió y sus labios
se cerraron con suavidad sobre los míos, apartándose.
Me estremecí de pies a cabeza al volver a enfrentar su
mirada. Aunque ya no nos besábamos nuestros cuerpos
seguían en estrecho contacto. Y lo peor era que ese
contacto era mucho más que agradable. A no ser por la
ropa, se sentía exactamente como el sueño que acababa
de tener y...
Aya había
apoyado los codos a ambos lados de mi cabeza para
sostenerse y me observaba en silencio, manteniendo su
agitación controlada, seguramente leyendo en mi cara las
sensaciones tan contradictorias que me golpeaban una tras
otra sin pausa. Y yo sólo podía mirarlo a él, incapaz
de apartarme de esos ojos de hielo. No. De hielo no. Yo
había visto el fuego en ellos. Un fuego que había
hallado eco en mí. Algo en cierto sentido similar a lo
que ahora brillaba en su mirada.
La comprensión
me golpeó como un rayo. Por supuesto que era él.
Resultaba penosamente obvio, pero hasta ese momento no
fui plenamente consciente. Aya leyendo mi poesía. Aya
ceñudo ante el capullo blanco. Aya que no quería que
los acompañara... Aya frente a mí en ese corredor
blanco, los dos en la misma posición y un cadáver
ensangrentado de por medio. Aya cubriéndome y
sosteniéndome a la luz del edificio que ardía en
llamas. Aya evitando que la violencia y el horror de esa
noche me arrastraran en su marejada. Aya en mis sueños.
Visiones de placer que mi culpa y mi negación mezclaban
y confundían con visiones de sangre. Volví a
estremecerme ahogando un gemido.
Él no se había
movido, no había emitido el menor sonido. Parecía
esperar que el tumulto en mi interior se definiera en un
sentido o en otro, pero que se definiera. Ahora su cabeza
descendió y sus labios acariciaron los míos como un
soplo, brevemente, al mismo tiempo que su cuerpo se
alzaba apenas lo suficiente para dejar de presionar el
mío. Sentí el frío mientras retrocedía y le sujeté
la cara. No quería que se alejara, que se fuera. Ya no.
Se detuvo con un brillo extraño en los ojos, me observó
un momento.
¿Estás
segura que querés que me quede? su voz fue un
susurro.
Asentí buscando
su boca, atrayéndolo de nuevo sobre mí.
Mientras
no lo estés haciendo por lástima...
Para mi gran
asombro, sus labios dibujaron una sonrisa incierta.
¿Lástima? me pareció advertir una inflexión
divertida en su voz. ¿Tan pobre es tu concepto de
mí?
No lo dejé
terminar. Sus labios eran increíblemente suaves y
tiernos. Los besé, los mordí apenas, los saboreé. Aya
deslizó un brazo bajo mi espalda mientras sus caderas se
movían contra las mías lentamente, su lengua volviendo
a encontrar la mía para arrancarme un gemido sofocado.
Su boca resbaló hacia mi cuello, me arqueé
instintivamente, ofreciéndoselo con un tembloroso
suspiro. Enredó una mano en mi pelo, sus labios
recorriendo cada centímetro de piel, su lengua
deslizándose bajo los bordes de mi pijama y subiendo
nuevamente, ahora hacia un hombro. Su mano bajo mi
espalda se movía hacia arriba por mi cintura, se
ahuecaba sobre mi pecho izquierdo, donde el corazón
latía desbocado. Desabrochó mi camisa mientras su boca
volvía a encontrar la mía. Urgente, cálida, húmeda.
Su lengua volcó sobre la mía sus jadeos entrecortados,
dejándome sin aliento. Su mano trepó hasta mis labios
para dibujarlos con el pulgar, lo introdujo en mi boca
para mojarlo en ella, lo retiró con suavidad volviendo a
sellarla con sus propios labios. Entonces sentí el trazo
húmedo, un poco frío, en torno a uno de mis pezones, la
presión de sus dedos, toda su mano cubriéndolo con
lentos movimientos circulares. Volví a arquearme
gimiendo, los ojos cerrados con fuerza.
¿Cómo no lo
había visto antes? Me había aferrado tontamente a esos
ojos verdes de sonrisa adorable, una excusa torpe de
distracción en medio de aquella crisis inesperada e
incomprensible. Mientras todo adentro mío se estremecía
ante la sola idea de Aya mirándome o dirigiéndome la
palabra. Un capullo oscuro abriéndose en la noche. La
odiosa sombra del dolor y la muerte estableciendo un
frágil punto de unión... una conexión nada placentera.
La muerte, vieja conocida, disfrazada de un chico
excéntrico de mi edad. Descubrir tu lado oscuro al verlo
materializado en un desconocido. Comprender un silencio
tan difícil de sostener.
Si
alguien más cree que estás teniendo pesadillas...
Traté de
sonreír echando la cabeza hacia atrás y me mordí un
labio para acallar los sonidos inconexos que brotaban
incontenibles de mi garganta. Aya resbaló hacia abajo y
su mano hizo lugar a su boca, acariciando primero todo mi
pecho con la lengua, rodeándolo y besándolo. Su brazo
retrocedió también y su mano bajó por mi vientre y
hacia mi muslo. Bien pronto le sujeté los hombros y lo
obligué a detenerse. Aya levantó la cabeza para mirarme
alzando una ceja, entre interrogante y burlón.
Si no
querés que despierte a todo el barrio... resollé.
Sin darle tiempo
a nada me erguí y lo empujé hacia un costado,
tendiéndolo de espaldas sobre la cama. Volvió a
sonreír de costado mientras yo me arrodillaba a su lado
y empezaba a desabrocharle la camisa. Me costaba apartar
la vista de sus ojos, iluminados por un rayo oblicuo que
llegaba a través de su ventana. Le acaricié el pecho
con una mano, la otra entendiéndose con los últimos
botones. Me sujetó la cara con suavidad, los dedos
enredándose en mi pelo, me atrajo hacia él para
besarme. Me estiré junto a él, apretándome contra su
costado, explorando con mis manos su pecho y su abdomen,
sin detenerme hasta su cinturón. Lo desabroché, y luego
su jean, deslicé una mano entre sus piernas. Aya alzó
un poco las caderas cuando mis dedos lo ciñeron con
suavidad, cerró los ojos con un suspiro entrecortado.
Besé su cuello mientras mi mano subía y bajaba con
lentitud, aumentando apenas la presión, mi pulgar
acariciando la parte posterior donde lo notaba más
sensible. Mi lengua dibujó sus diminutos pezones
sintiéndolo estremecerse, resbalé hacia su estómago,
recorrí el contorno de cada uno de sus músculos. Sus
caderas le imponían su ritmo a mis caricias, deslicé mi
otro brazo bajo su espalda arqueada ignorando sus dedos
crispados entre mi pelo, deseándolo más a cada gemido
que reprimía.
Mi mano lo
presionó hacia abajo, corriendo con cuidado la delicada
piel al mismo tiempo que mi lengua lo rozaba. Alzó las
caderas instantáneamente, lo recibí en mi boca sin
dejar de acariciarlo. Retiré mi brazo de su cintura para
sujetarle las caderas, tratando de contenerlo. Lo sentí
erguirse sobre un codo, empujé sus jeans y sus boxer
hacia sus rodillas, sus piernas los enviaron volando a
algún rincón con dos sacudidas perentorias. Sentí que
todo su cuerpo se estremecía y su agitación, sus manos
cerrándose con fuerza en torno a mis brazos. Me detuve,
alcé la vista para mirarlo devolviéndole la sonrisa
burlona de un momento atrás.
Saben que
no estás afónica jadeó, dejándose caer sobre la
cama.
Con un simple
impulso me alzó hasta tenderme sobre él y me besó. Se
deshizo de mi camisa sin el menor esfuerzo y me estrechó
contra su pecho, sus ojos fijos en los míos. Separó las
piernas, separando las mías al mismo tiempo,
empujándome suavemente con sus caderas. En ese momento
hubiera querido que mi ropa interior se evaporara.
Podría
estar horas así... susurró. Simplemente
mirándote y sintiendo tu cuerpo con el mío...
Sus palabras me
sorprendieron tanto que me quedé mirándolo
boquiabierta. Volvió a sonreír, toda su cara iluminada
por ese gesto.
¿Tan
increíble te resulta?
Moví la boca
sin que ningún sonido brotara de ella, fruncí el ceño.
¿Cómo explicarle lo que estaba sintiendo? La flor
abriéndose, buscando desesperada un rayo de luz que la
convirtiera en algo más que una sombra de dolor y
muerte. Su cuerpo, su voz, sus ojos ofreciéndome
inesperadamente una esperanza.
¿Por
qué entraste?
Aya no se
mostró sorprendido. Porque me pareció que necesitabas
compañía, y considerando que los demás están en su
quinto sueño... Pensé que tal vez aceptarías que yo te
acompañara un rato...
Sacudí la
cabeza. Es que... yo... vos... Jamás imaginé
que...
Yo
tampoco. No fue por eso que entré, si era lo que
querías saber.
Me acarició con
dulzura la cara, apoyando un dedo sobre mis labios para
acallarme.
No trates
de entenderlo, sólo sentilo mientras hablaba
deslizó lentamente mi ropa interior más allá de mis
caderas, enviándola a buscar a sus jeans a algún
rincón La muerte no tiene por qué ser lo único
que nos una...
Alzó un poco
las caderas, sus brazos estrechándome de nuevo mientras
presionaba entre mis piernas con suavidad. Abrí más las
piernas, arqueándome y empujándome hacia él. Una
oleada de fuego me sacudió cuando entró en mí,
impulsándose con fuerza, hasta el límite, permaneciendo
así un instante, sólo entonces comenzando a moverse,
empalándome en su calor. Se irguió hasta sentarse y
levantó la cabeza para mirarme, sus manos resbalando por
mi espalda hasta mis glúteos, separándolos, todo él en
mí, moviéndome a su ritmo lento y cadencioso. Hundió
la cara entre mis pechos cerrando los ojos, besándolos.
Yo me apreté contra él, abracé sus hombros, lo dejé
llevarme. Cada impulso de sus caderas me hacía
estremecer de placer y de deseo, cada gemido que ahogaba
contra mi cuerpo era una caricia. Busqué su boca,
volqué en ella mis propios gemidos. Hubiera querido que
el mundo dejara de girar y que los últimos vestigios de
la noche nunca se fueran.
Sus labios se
agitaron junto a los míos, abrí los ojos para encontrar
el fuego en los de él. Ese fuego que, ahora lo sabía,
también ardía dentro mío, para bien o para mal. Aya se
inclinó para tenderme de espaldas en la cama sin dejar
mi cuerpo, se estiró sobre mí, enlazó una de mis
piernas bajo su brazo. El ritmo y la intensidad de sus
movimientos crecía, enviándome mucho más allá de la
urgencia de mi propio deseo, a perderme en algún lugar
donde sólo podía ser consciente a medias de todo lo que
estaba sintiendo, donde lo único que podía hacer era
entregarme por completo a él entre temblores y gemidos,
besando cualquier parte de él que cayera al alcance de
mi boca.
No podría decir
si duró mucho o poco en término de relojes reales. Para
mí esa noche fue una vida paralela dentro de mi vida y
las convenciones eran imposibles de aplicar en ella.
Hacer el amor con Aya fue lo más inverosímil que
hubiera podido ocurrir antes de su fin... también lo
más hermoso, y lo único que más tarde le confirió
algún viso de realidad en medio de tanta confusión.
Sólo después me percaté de que el cielo nocturno
parecía haberse derretido al otro lado de la ventana,
fundiéndose con los colores incipientes del amanecer que
llegaban desde el océano. Pero mientras tanto, no podía
ser consciente de otra cosa que no fuera él. Él
adentro, él afuera, sus brazos conteniéndome, sus
caderas cercándome, sus roncos gemidos, esos ojos
terribles y espléndidos cerrándose lentamente conforme
me arrastraba con él. Hasta que finalmente su boca
volvió a cubrir la mía, sudoroso y agitado como yo,
incapaz de esperar más. Ahogué contra su cuello mi
último gemido recibiendo en mi vientre todo su calor. Lo
sentí estremecerse, todo él muy adentro mío,
abrazándome con fuerza.
Permanecimos
inmóviles varios minutos, estrechamente abrazados, las
piernas enlazadas, simplemente recuperando el aliento.
Aya se dejó caer de espaldas en la cama a mi lado, un
brazo bajo mi cuello, yo me apreté contra su costado
abrazando su pecho. Dejó ir un fuerte suspiro, alzó
apenas la cabeza para mirarme y volvió a apoyarla
pesadamente en la almohada. Yo sólo podía permanecer
pegada a él, incapaz de hablar o moverme, aún deseando
que todo aquello no terminara jamás, que la mañana no
terminara de llegar nunca. Sus dedos revolvieron
cansadamente mi pelo. Alcé la cabeza y apoyé el mentón
en su pecho para mirarlo, sus ojos se habían desviado
hacia la ventana, donde el cielo era cada vez más claro.
Fue entonces que
vi el capullo de rosa roja sobre la mesa de luz. Me
estiré para agarrarlo y torné a mirar a Aya
desconcertada. Me enfrentó y sonrió de costado, me
instó a acercarme a su cara para besar brevemente mis
labios, me acarició una mejilla. La dulzura en su
expresión me hizo estremecer.
Te la
dejé ahí antes de que te acostaras, mientras te
bañabas... Para levantarte el ánimo un poco... Es mi
flor favorita... su voz era un susurro cálido como
su piel.
Como si hubiera
sido un movimiento reflejo, me llevé el capullo a los
labios cerrando los ojos, aspirando el delicado perfume
de los pétalos apenas abiertos. Sentí su mano
acariciándome una mejilla, apartando el pelo de mi cara,
me estremecí sin abrir los ojos y volví a hacerme un
ovillo contra su costado. Él me estrechó en silencio
mientras el cansancio iba ganándose en cada músculo de
mi cuerpo. Sentí
un poco de frío. Él se dio cuenta y levantó sábanas y
cobertores caídos sin soltarme, tapándonos a ambos.
Necesitás dormir.
No quiero
que te vayas...
Me acercó más
aún a su cuerpo besándome el pelo.
Vos te
vas a ir antes que yo.
Hubiera deseado
preguntarle qué había querido decir, pero me sentía
tan bien entre sus brazos, sintiendo su corazón latir
junto a mi cara. Me adormecí sin poderlo evitar. La
mañana despertaba allá afuera, trepando hasta la
ventana para saludarnos.
And
theres always some sudden sunbeam
To help me recalling
What happiness used to
be like...
|