Mamoru ...
El viento lo azotó salvajemente a través de su
campera, desordenó todo su pelo, y envió su
carcaj dando volteretas al suelo. Él no se
molestó por recuperarlo mientras trepaba,
arrojando la ballesta a un costado sin detenerse
demasiado a pensarlo.
Mamoru
...
Cayó con un destello de plata y la luna la
atrapó en una imagen congelada por un instante,
en el preciso momento en que golpeaba el suelo
tan lejos allá abajo, destrozándose en mil
pedazos.
¿Qué
estás haciendo, Mamoru?
El chico saltó sobre la escalera de emergencia
del techo, agazapándose un momento, como para
escuchar una voz en su interior. Fuera.
Rió sofocadamente para sus adentros, una sonrisa
torcida cruzando su cara como una cuchillada. La
sangre goteó de las huellas de garras metálicas
a lo largo de su mejilla. Lamió las gotas que
resbalaran hasta sus labios con aire ausente.
No podés
hacer esto. Todavía no, tenés que seguir...
Lentamente, con una gracia segura y natural, se
paseó por la luz de la luna, considerando sólo
como una nota al pie que la espada había
penetrado más profundo en su ropa de lo que
había creído en un principio. No importaba
ahora, pero alguien preguntaría al respecto. No
hoy, ni mañana, pero tal vez ayer...
Dejó escapar otra risita. Si el hombre de blanco
hubiera sabido... Pero tal vez sí sabía. No
importaba.
Con los
otros. Si morís...
Trepó al parapeto, sacudiéndose un resto de
hilo metálico que quedara colgando de su hombro.
¿Si muero? el chico alzó una ceja
y rió por lo bajo ¡Yo no voy a morir
nunca!
Las risas se fundieron en un susurro
contemplativo, divertido, mientras los ojos
azules se perdían en el espacio, la luz de las
estrellas brillando en sus ojos oscurecidos.
Nunca, nunca... morir.
Y con esas palabras, se arrojó a la oscuridad.
Mamoru!
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