Fujimi-yaaa, tu herma-naaa... Obayashi señaló
hacia atrás con un guiño. Podrías jugarte y
arreglar para salir los cuatro, ¿eh?
Ran vio a su
hermana con una compañera en la puerta del restaurante y
le indicó que se acercara al mostrador al tiempo que se
cercioraba de que el encargado no lo estuviera mirando.
Las dos chicas obedecieron de inmediato, y la sonrisa
luminosa de Aya derritió cualquier reto que su hermano
estuviera por dirigirle.
¡Esta
vez vengo de clienta, oniichan! le dijo.
Tenemos que terminar un trabajo antes de volver al
colegio. ¿Dónde nos sentamos para que nos atiendas vos?
Ran le señaló
una mesa libre en su sector sonriendo de costado. Su
hermana inclinó la cabeza volviendo a sonreír.
¡Gracias, oniichan! ¡Ah! Te presento a mi amiga,
Kuramoto Kyoko; nos sentamos juntas en química. Kyoko,
él es mi hermano mayor.
La chica
inclinó la cabeza ante él, los ojos siempre clavados en
el suelo. Mucho gusto, Fujimiya-san.
Los dos hermanos
sonrieron ante la tímida formalidad de la chica.
¡Ran
está bien! se apresuró a decir él, viendo con
cierto embarazo que la amiga de su hermana se
ruborizaba. ¿A vos también te gusta el chocolate
con menta?
Su comentario
surtió efecto, porque Kyoko alzó por fin los ojos y lo
miró con una sonrisa casi tan espontánea y luminosa
como la de Aya. Y él pensó que se parecían mucho, las
dos con el mismo uniforme y las trenzas que caían hasta
el pecho enmarcando sus caras alegres y llenas de vida.
Obayashi salió de la cocina y las saludó al pasar,
indicándole a su compañero con disimulo que se apurara
a seguir trabajando. Ran asintió volviendo a espiar al
encargado.
Vayan a
sentarse que ahora les llevo sus postres, ¿sí?
dijo.
Kyoko se
inclinó de nuevo ante él y le dio la espalda para ir a
la mesa, Aya se retrasó para codearlo con un guiño
cómplice.
¿No es cierto que es muy linda cuando sonríe? Lástima
que sea tan tímida. Pero para animarla, nosotras la
llamamos siempre Sumire...
Aya se
encontró sentado en la cama, los ojos muy abiertos en la
oscuridad de su cuarto. Se dejó caer de espaldas sobre
el colchón con un suspiro y se cubrió los ojos con un
brazo. ¿Era posible que él recordara a esa chica, que
viera una sola vez en su vida, después de tantos años y
de todo lo que le pasara desde ences? Y lo que sonaba
más rídiculo y descabellado todavía: ¿Era posible que
la compañerita tímida de su hermana se hubiera
transformado en la asesina que él encontrara pocas horas
atrás?
Bueno, si
Obayashi me viera ahora se preguntaría exactamente lo
mismo... Pero aquél pensamiento no le dio sosiego ni
explicaciones lógicas. Nadie sufre semejante
transformación porque sí. ¿Kuramoto... ? ¿Kuramoto
Kyoko? ¿Era ése su apellido? ¿Cómo podría averiguar
algo sobre ella?
Se volvió a
sentar apartando las sábanas de un tirón y se echó una
remera de manga larga encima. Omi solía decir que algo o
alguien que no se pudiera rastrear a través de Internet
no existía. Y con los años él había aprendido más de
cuatro trucos de su compañero para hackear sistemas de
información. Kuramoto Kyoko... Sumire... ¿Y si no la
encuentro en la red... ? Salió de su cuarto y
recorrió sin ruido el pasillo hasta la cocina. Tal como
esperaba, la laptop de Omi estaba sobre la mesa. Si no
te encuentro en la red... Quiere decir que vos, igual que
nosotros cuatro, te convertiste en una sombra... La
sombra que hoy me sonrió como vos hace cuatro años...
Youji
no se sorprendió de ver que había luz bajo la puerta
del departamento a las cuatro de la mañana. Era sábado.
Seguro que Omi estaba navegando o chateando. Últimamente
se había aficionado a eso de las amistades
virtuales, y hasta le había descubierto una
casilla de correo electrónico en la que sólo recibía
los mails de las chicas que conocía de esa forma. Ken
apañando a los chicos del barrio como padre soltero, Omi
con sus novias virtuales y Aya suspirando por una
cuchillera... Y después el freak soy yo...
Hizo girar la llave sin ruido y se deslizó sigilosamente
hacia la cocina, esperando poder pescar al menor de los
Weiss en pleno nano-romance con Lain, su chica de turno.
Pero el que lo recibió con un gruñido y una fruncida de
ceño fue Aya, un tazón de café negro ya frío en una
mano y el mouse en la otra, los ojos enrojecidos de
sueño y rayos catódicos.
Sonrió de
costado rodeando la mesa para ver el monitor. Todavía
flotaba a su alrededor una nube del perfume de la chica
que acababa de dejar, dormida y satisfecha como
correspondía a un caballero con su clase.
¿Vos
también buscando amistades virtuales? bromeó
parándose tras él. ¿Es que nosotros ya no te
alcanzamos?
La mirada de Aya
hubiera gritado Muerte de no haber tenido los ojos tan
irritados. La tengo gruñó.
Youji tanteó
una silla y se sentó enfrentándolo sorprendido. Aya
cabeceó hacia el monitor, instándolo a volver a mirar.
Kuramoto
Kyoko, hija de Kuramoto Kenji, químico jefe de los
Laboratorios Shinari hasta que se suicidó, hace siete
meses, después de que secuestraron y asesinaron a su
esposa. La policía la tiene como desaparecida desde el mismo día del suicidio de
su padre.
Youji lo
escuchaba boquiabierto, y tardó su buen minuto en poder
articular palabra, lo cual en él equivalía a un síntoma grave. ¿Y
vos...? Quiero decir, ¿cómo...?
Aya se paró
para servirse más café, dándole la espalda para
contestar. Hoy estuve con ella.
¿Qué?
Estaba en
la casa de Yakame, me salió al cruce mientras Omi estaba
adentro. Hablé con ella y me pareció reconocerla
Youji se había recuperado lo suficiente para
sonreír con sorna, pero la burla se le quedó
atragantada con las últimas palabras del pelirrojo.
¿¡RECONOCERLA?!
¡YOUJI
DEJÁ DORMIR, QUERÉS!!!!!!
La voz pastosa
de Ken se apagó sin eco, sin que nadie le prestara
atención tampoco. Aya giró ofreciéndole una taza de
café a su compañero, que lo contemplaba azorado al
tiempo que se palpaba la ropa en busca de sus
cigarrillos, toda su incredulidad y su incomprensión
abriéndole mucho los ojos verdes, ya grandes de por sí.
¿La
conocías? insistió, sin lograr que su voz fuera
un susurro.
Aya volvió a
sentarse encogiéndose de hombros. Era compañera
de mi hermana. Ella me la presentó una vez, hace más de
cuatro años.
Youji hizo las
cuentas mentales mientras prendía un cigarrillo. Debía
haber sido poco antes del asesinato de sus padres y el
accidente de Aya-chan. Frunció el ceño perplejo.
¿Y cómo la reconociste?
El otro había
vuelto a concentrarse en la pantalla. Contestó con
acento distraído. Por la risa.
¡¿Aya había
hecho reír a alguien?! La boca de Youji se abrió tan
bruscamente que el cigarrillo cayó dentro de su café,
sin que él lo advirtiera hasta que se llevó la taza a
los labios para tratar de ocultar su absoluta
estupefacción. Sintió la ceniza en su boca, saltó
hacia la pileta para escupir lo que acababa de tomar, y
vació media jarra de agua sin dejar de acordarse de toda
su genealogía.
Shhh. Vas
a despertar a Omi y a Ken.
Se secó la boca
con la manga y lo enfrentó todavía agitado. Trató de
pensar en uno de sus mejores insultos, pero todavía
estaba demasiado confundido para encontrar alguno
adecuado, y además era evidente que Aya ni siquiera lo
iba a escuchar.
Manx
asintió desalentada, evitando mirarlo. Youji la había
sorprendido llamándola tan temprano a la mañana, y
gracias a la información que él le diera, ella y Birman
habían logrado, al parecer, terminar de armar el
rompecabezas. Ahora Youji fumaba junto a ella en el banco
de la plaza, esperando alguna explicación.
La mujer
de Kuramoto estuvo secuestrada más de cuatro meses antes
de que encontraran su cuerpo. Los informes de la autopsia
fueron clasificados como confidenciales por un juez amigo
de Shinari, pero todo indica que no la asesinaron, sino
que la estuvieron usando para probar sustancias que se
estaban procesando en ese laboratorio... bajo la
dirección de su esposo. Murió intoxicada, pero hacía
al menos dos meses que la mantenían viva sólo con
drogas. Por el tipo de intoxicación, podría haber sido
la droga que Shinari está haciendo circular ahora, pero
en un estado poco avanzado de desarrollo.
Youji la
escuchó sin interrumpirla, el cigarrillo apenas
suspendido entre sus labios, los brazos estirados sobre
el respaldo del banco, por una vez sin prestar atención
a la posilidad de abrazar a la pelirroja como al
descuido. Tras sus lentes, los ojos verdes miraban sin
ver los árboles frente a ellos.
Ahora sí que
todo tenía más sentido. Sobre todo la saña que
demostrara la chica al matar a esos dos infelices,
dejándolos desangrarse retorciéndose de dolor. Y lo que
resultaba mucho más comprensible ahora era esa
atracción instintiva, visceral, que ejerciera sobre Aya,
aun cuando él ignoraba su verdarero sexo. Los iguales se
reconocían. A los dos les habían arrebatado todo en un
abrir y cerrar de ojos, los dos habían encontrado un
mismo y único motivo para seguir vivos: la venganza.
¡Si hasta habían elegido el mismo tipo de arma para
llevarla a cabo... !
Youji..
yo... el tono apenado de Manx reclamó su
atención, encontrando su mueca triste cuando al-
zó los hombros, como
disculpándose por su impotencia. Lo lamento
pero... la chica Kuramoto...
Entonces
comprendió que Manx creía que el interesado en ella era
él. Decidió que lo mejor era que siguiera creyéndolo.
Arqueó las cejas con un suspiro, se paró y le hizo un
gesto de despedida antes de irse, las manos en los
bolsillos y la cabeza gacha, rehuyendo los últimos rayos
del sol que se filtraban entre las ramas como lanzas de
fuego. Él sabía lo que era encontrar a alguien que
pensara y sintiera igual que uno, alguien con quien ni
siquiera hace falta hablar para enterderse, alguien a
quien se puede amar sin temor ni restricciones porque uno
sabe leer en su alma y en todo su cuerpo que es
correspondido, alguien capaz de aceptar y comprender lo
inconfesable, la parte más oscura de uno...
Asuka...
El nombre brotó con tanta facilidad que se estremeció.
Sacudió la cabeza con otro suspiro, negándose a que sus
ojos se llenaran de lágrimas. Todavía sentada en el
banco, Manx lo vio alejarse y suspiró también,
detestándose por lo que acababa de hacer.
Los
cuatro Weiss se detuvieron antes de dejar el callejón
donde escondieran el auto. Ken atisbó a ambos lados de
la calle mientras los demás volvían a revisar armas y
planes.
Lo de
siempre.. resumió bien pronto Youji.
Apenas
encontremos dónde están, nos separamos repitió
Aya. No vamos a poder con todos los guardias, así
que tenemos que ser rápidos.
Omi le guiñó
un ojo señalando su riñonera, donde llevaba el
dispositivo que debía destruir los laboratorios. El
pelirrojo no perdió tiempo en asentir y alzó la vista,
mirando al mayor de los Weiss de lleno a los ojos, que
asintió a su vez, tragándose toda su ironía con una
sonrisa cómplice que sorprendió un poco a Aya.
Shinari
es tuyo.
Volvieron a
cerciorarse de que nadie pudiera verlos salir de su
escondite y salvaron en un instante la distancia que los
separaba de la entrada del edificio. De ahí en más,
todo fue avanzar barriendo con cuanto hallaban a su paso,
silenciosos y mortíferos, concentrados, fugaces. Los
guardias alcanzaron a pedir refuerzos, antes de perder la
vida sin llegar a ver o saber cómo, pero cuando los
refuerzos alcanzaron el corredor principal sólo hallaron
lo que quedaba de sus compañeros muertos. Los cuatro
Weiss alcanzaron los subsuelos en el tiempo previsto y se
separaron. Youji y Aya no tardaron en dar con los
departamentos improvisados donde se refugiaran Shinari y
los tres ejecutivos que lo seguían en jerarquía.
Intercambiaron una última mirada antes de irrumpir cada
uno en una habitación. Volvieron a encontrarse en el
corredor y se dirigieron a donde los dos objetivos
restantes ya debían haberse dado cuenta de que algo iba
mal.
Fue Youji el que
dio con Shinari, y después de tener golpearlo para poder
volver a salir, se dirigió adonde Aya acababa de dar
buena cuenta del vicepresidente de la compañía. Los dos
tiraron de la puerta al mismo tiempo, conteniendo su
ataque al hallarse frente a frente. Youji sólo señaló
la otra puerta y el extremo opuesto del corredor.
Voy a
ayudar a Omi.
Se alejó a
apresurado, sin mirar atrás, mientras Aya vacilaba ante
el picaporte. Pero en ese momento escuchó disparos tras
el recodo, a pocos metros de la puerta. Corrió en esa
dirección, y casi es derribado por alguien que venía
corriendo en dirección opuesta.
¡Sumire!
resolló, ayudándola a recuperar el equilibrio.
Entonces advirtió el rastro de sangre que dejara tras
ella, proveniente de una herida de bala en el muslo
derecho.
La chica
pareció desconcertada al ser reconocida, pero los pasos
que se acercaban retumbando no daban lugar a saludos. Aya
le señaló en silencio la puerta de Shinari y se apartó
de ella para ir a contener a los guardias que llegaban.
No iba a ser fácil, tratándose de tantos tipos con
armas de fuego, pero tampoco iba a ser la primera vez. En
ese preciso estante el edificio tembló desde sus
cimientos: los laboratorios acababan de explotar.
Aya se cercioró
de que Sumire hubiera entrado a la habitación y se
aplastó contra la pared, esperando que los guardias
terminaran de acercarse. Un segundo antes de que doblaran
el recodo saltó sobre ellos, demasiado cerca y demasiado
sorpresivo como para que tuvieran ocasión de dispararle.
No eran más que seis, y estaba por derribar al último
cuando escuchó un disparo dentro del cuarto de Shinari y
un gemido ahogado. Se apresuró a rematar al guardia y
retrocedió a todo correr.
El incendio en
los laboratorios debía haberse propagado más rápido de
lo que planearan, porque un humo denso y asfixiante
empezaba a derramarse desde los huecos de ascensores y
escaleras, activando la alarma de ese subsuelo.
Protegiéndose del humo con una mano, sin prestar a la
lluvia que los aspersores
derramaban sobre él, Aya cargó
contra la puerta cerrada, derribándola. Entonces se
detuvo, sintiendo que el corazón le dejaba de latir. En
medio de la habitación estaba el cuerpo de Shinari, boca
arriba, pecho y abdomen desgarrados. Y hecha un ovillo en
un rincón, tratando en vano de contener la sangre que
manaba a borbotones de su hombro izquierdo, estaba
Sumire. Saltó hacia ella sin siquiera darse cuenta del
miedo que sentía, pero ella alzó la vista y logró
sonreír.
¿Me
ayudarías... con el brazo..? murmuró, tratando de
que su voz no delatara el dolor que sus heridas le
causaban.
Aya rasgó las
cortinas que ocultaban una ventana falsa y se arrodilló
junto a ella sacándose los guantes. Sus manos se
movieron con rapidez y destreza, improvisando dos
torniquetes que contuvieron las hemorragias. Luego
aplicó otro paño en cada herida para restañarlas. Al
alzar la cabeza, encontró los brillantes ojos negros
fijos en los suyos. A pesar del dolor y la debilidad,
Sumire sonreía.
Gracias... Ran...
La sorpresa lo
inmovilizó por un momento, pero el humo que empezaba a
llenar la habitación lo hizo reaccionar. Pasó un brazo
bajo sus piernas, el otro bajo los de ella y la levantó
sin esfuerzo. Sumire quiso negarse a que la cargara.
Así va a
ser más rápido la silenció él, y cabeceó en
dirección a la espada corta, aún clavada en el pecho de
Shinari.
Ella meneó la
cabeza. La tenía reservada para esto. Es ahí
donde pertenece.
Aya se limitó a
asentir y salió de la habitación con ella. El humo y el
agua de los aspersores le impedía ver si alguno de sus
compañeros estaba cerca, aunque podía escuchar ruidos y
voces fuertes desde el otro extremo del pasillo, donde
debían hallarse Omi y Youji. Sumire señaló el recodo
por el cual había venido.
Por ahí.
Yo te guío.
Él
obedeció sin hacer preguntas, y en contados minutos
alcanzaban una salida auxiliar para vehículos que se
abría a una calle desierta. Nadie les había salido al
paso y el edificio estaba envuelto en un humo acre y
oscuro que brotaba de todas sus aberturas. Ya en el
exterior, Sumire volvió a insistir en que la dejara en
el piso. Esta vez Aya se lo permitió, aunque su brazo
aún rodeaba su cintura para sostenerla. La sintió
estremecerse contra su cuerpo, que respondió con un
escalofrío que envió un cosquilleo eléctrico a sus
dedos.
Tengo que
irme antes que lleguen tus amigos dijo ella.
Tenés
que ir a un hospital gruñó él, oteando en ambas
direcciones.
Para su
sorpresa, Sumire dejó oír una risita divertida. Aya
tornó a mirarla perplejo.
¿Vos
irías a un hospital por esto? el pelirrojo meneó
la cabeza sin vacilar, el ceño fruncido. ¿Y por
qué pensás que yo sí voy a ir?
La chica dejó
de apoyarse en él y logró mantener el equilibrio,
aunque estrechó una mano de Aya en la suya. Se miraron a
los ojos un momento, desentendiéndose del caos que poco
a poco ganaba la calle, amenazando rodearlos.
Gracias
susurró ella, los profundos ojos negros de pronto
llenos de lágrimas.
Sin detenerse a
pensarlo, él alzó la mano que sostenía la katana y
deslizó con suavidad un dedo por la mejilla manchada,
sangre que no lograba apagar su belleza y su fragilidad.
A pesar de todo, aún podía percibir su perfume. Ella
ladeó la cara siguiendo la caricia, apretando los
dientes para contener el llanto.
Vos me lo
dijiste. Shinari era tuyo la voz de Aya fue un
soplo cálido sobre la piel de ella, que asintió
cerrando los ojos y descansó la cabeza en su pecho,
estremeciéndose cuando él la abrazó y besó su pelo.
Permanecieron en
silencio hasta que ella volvió a retroceder y tomar su
mano. Entonces, con un movimiento demasiado veloz para
ser anticipado, sacó de sus ropas un cuchillo. Aya
sintió la punzada de dolor en la palma de su mano y
trató de liberarla, pero Sumire la había sujetado con
fuerza. Lo miró de nuevo a los ojos sonriendo de
costado.
Vos y yo
somos iguales dijo, y la intensidad de su acento
envió una oleada de calor por todo el cuerpo de Aya, que
sólo podía mirarla entre atónito y fascinado, sin
atender a la sangre que empezaba a brotar de la palma de
su mano.
Con otro
movimiento sorpresivo, Sumire descubrió la herida en su
hombro y aplastó contra ella la mano de Aya, encajando
las mandíbulas para no gemir de dolor. Respiró
profundo, sus ojos negros, a cada momento más
brillantes, fijos en los claros ojos de él. Entonces
liberó su mano, logró ponerse en puntas de pie y rozar
sus labios con un beso.
Ahora
somos uno susurró.
Aya sintió un
doloroso nudo en la garganta y un frío mortal que lo
invadía sin razón aparente. Trató de hablar, pero no
encontró voz ni palabras para hacerlo. Un grito a sus
espaldas lo obligó a reaccionar y girar en redondo,
reconociendo la larga sombra de Youji recortándose en la
esquina. Percibió más que escuchar que Sumire se
movía, apartándose de él. Se volvió hacia ella,
viéndola retroceder hacia la pared, y amagó a seguirla.
Pero ella lo detuvo con un gesto, tratando de ocultar sus
lágrimas cuando meneó la cabeza.
Por
favor, Ran... Dejame ir...
Algo en su voz,
en la forma de pronunciar su nombre, lo contuvo. Sumire...
Permaneció inmóvil en medio de la calle, viéndola
alejarse sosteniéndose de la pared, escuchando al mismo
tiempo las fuertes zancadas con que Youji venía a su
encuentro. Cuando llegó a su lado, Sumire se había
desvanecido en las sombras que proyectaban los edificios
a ambos lados de la calle. Aya ignoró la puntada en su
pecho y se obligó a enfrentar a su compañero.
Youji no lo
miraba. Los ojos observando el lugar hacia el que se
perdía el rastro de sangre que la chica dejara, los
labios entreabiertos, negándose a esbozar una sonrisa
triste. Al fin bajó la vista, y advirtió de inmediato
la mano izquierda de Aya lastimada.
¿Te
hirieron? preguntó en un tono casi casual.
Aya frunció el
ceño mirando la palma de su mano y la sangre en ella. Su
sangre y la de Sumire. Juntas. Comprendió...Ahora
somos uno... Su puño se cerró sobre esa humedad
todavía tibia mientras meneaba la cabeza. Uno...
Se obligó a borrar la sonrisa que tembló fugazmente en
sus labios.
¿ Los demás?
inquirió.
Youji contuvo
sus ganas de hacerlo reaccionar de un golpe o mandarlo de
una patada a alcanzar a la chica y cabeceó hacia la
esquina de la que él viniera. Ya deben estar en
el auto, esperándonos.
Aya cabeceó
también. Entonces vamos. Nuestro trabajo acá
está hecho y sin esperar al otro, se alejó con su
paso firme y rápido, una mano todavía empuñando la
katana y la otra guardando su promesa.
FIN
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