-
-
Pequeño nihon-go no jisho ilustrado:
-
baka: tonto - omae: tú,
vos - ore: yo - imouto: hermana menor
-
oyasumi-nasai: que duermas bien
|
Un cigarrillo y la brisa fresca, tenue
del amanecer en su cuerpo todavía húmedo. Nada mejor antes
de irse a dormir y después de una ducha, dando fin a una noche desperdiciada.
Bueno, no tan desperdiciada si pensaba en el rato que había pasado
con... eh... ???... ¿Yatsui...? Lo que fuera. La chica de Sugoi,
punto. El humo escapó lentamente a través de sus labios entreabiertos,
se arremolinó en torno a su cuerpo, blando, se desvaneció
en la noche que moría.
Muerto. El distribuidor muerto. Por
supuesto que Aya, siendo Aya, no se había molestado en dar la más
mínima explicación de lo sucedido. Lo raro era que Ken, con
lo boca floja que era, se estuviera callando algo al respecto. El resultado
simple y concreto era un objetivo identificado menos, que seguramente sería
reemplazado por otro que ellos no conocían, el primer paso de la
misión en la basura y las manos tan vacías como cuando Manx
se fuera esa tarde. Conclusión obvia: tenían que volver a
Sugoi. Uno podía quedarse con eso y dejar todo ahí, o ponerse
a hilar un poco más fino y echar a perder el placer de ese momento
de soledad y silencio antes de dormir.
Una silueta se dibujó negra
contra las luces de la ciudad dormida allá abajo. Inmóvil,
sin un arma o un sobretodo que la separara del mundo. De pie sobre el parapeto
bajo que bordeaba el techo. Negro contra negro, el confuso manchón
rojo que era su cabeza.
— Baka.... —gruñó Youji,
tirando su cigarrillo por la ventana, y le dio la espalda a la figura en
el techo para meterse en su cama.
Con Takatori muerto y Aya-chan despierta
y en perfecto estado, aunque lejos de él, Youji se había
preguntado muchas veces en qué se apoyaba internamente el pelirrojo
para seguir viviendo como antes, y lo que era más, para ser más
hermético y frío aún que antes. Si ya no había
deseos
de venganza, si su adorada imouto estaba bien y a salvo, ¿qué
excusa había encontrado para seguir asesinando? ¿Con qué
alimentaba esa barrera infranqueable que pusiera años atrás
entre el mundo y él?
Blablabla, pensó, estirándose
bajo las sábanas perfumadas con pereza gatuna. Vacío. Ésa
era la respuesta. Aya había quedado vacío y tal vez sin siquiera
darse cuenta, en algún momento después de la derrota de Schwarz
y el despertar de Aya-chan, había decidido que el vacío estaba
bien, que era cómodo, que no había motivos para cambiar a
esta altura. Youji empezaba a pensar que Aya se estaba convirtiendo poco
a poco en cierta clase de psicópata. Mataba con la misma furia que
antes, con esa pasión que sólo afloraba cuando esgrimía
su katana. Vivía el resto del tiempo perdido en su silencio y su
distancia, ajeno a cuanto lo rodeaba. Pero atrás de eso ya no había
nada. Vacío. Cómodo y protector. Miedo. No fuera cosa que
alguien más que su imouto pudiera tender un puente a sus emociones,
esa carga molesta e ineludible en su interior. No fuera cosa que algo o
alguien lo obligara a sentir y a tener que actuar en consecuencia.
— Baka... —repitió, ya casi
dormido.
Aya por indigestarse día a
día de locura con el mayor de los gustos. Él mismo por seguir
perdiendo
tiempo en su compañero psicópata.
Tendría que... la sola
idea lo hizo reír en voz alta. ¿Qué acababa de pensar?
¿Tendría que conocer a una mujer? Ja ja ja. ¿¡Aya!?
“No soy la clase de hombre que pueda sentir amor...” ¿No
le había dicho algo así a la pobre Sakura? Mentiroso.
Le tendría que haber dicho que no es la clase de hombre que
se atreva a sentir amor...
— Baka. Omae baka. Ore baka. Bakabakabaka.
Se moría de sueño. E
insistía en no dormirse del todo pensando en la silueta negra sobre
el techo, a pocos metros de su ventana. Una imagen misteriosa y magnética.
Sólo una fachada. Una cáscara llena de nada. Vacío,
silencio.
— Oyasuminasaibaka —murmuró,
abrazando su almohada con un suspiro.
-
— Me gustaría seguir adentro —dijo
Omi acomodándose el pelo bajo la gorra, la visera hacia atrás
como siempre—. El de mi edad nos estuvo observando toda la noche, tal vez
hoy nos ofrezca... —se volvió hacia Youji, recostado entre las bolsas
de tierra negra con una flor en la boca como si fuera un cigarrillo, ambas
manos tras la nuca y los ojos cerrados—. Ya-tsu-iiiiii....
El mayor abrió un ojo sonriendo
de costado, los lentes de sol caídos sobre la punta de la nariz.
— Me da lo mismo. Yo puedo infiltrarme
en la oficina y bajar la data, si quieren.
— Que Ken entre con Omi, yo te cubro.
Los otros dos miraron brevemente a
Aya, de pie tras ellos, brazos cruzados y espalda contra la pared que daba
al negocio. Asintieron poniéndose de pie. Plan terminado, cada uno
de vuelta a lo suyo. Cuando volvieron a entrar al negocio encontraron a
Ken atareado atendiendo a tres personas al mismo tiempo. Youji se dirigió
directamente a ayudarlo con una chica que intentaba decidirse entre dos
clases de plantas trepadoras para interiores, Omi optó por la señora
mayor que admiraba las fresias, Aya permaneció cruzado de brazos
tras la caja.
— Tenés que considerar cuánta
luz va a recibir —explicó Youji con su sonrisa de nadie-puede-resistirse-a-
-
mis-encantos—. Estas enredaderas son bastante caprichosas,
y si no les das lo que necesitan, se van a secar en menos de una semana.
La chica rió divertida. Era
delgada y vestía a la moda, el pelo negro le cubría los hombros
y mitad de la espalda. Diecinueve años como mucho, una edad deliciosa.
Youji decidió que su carita delicada y su forma de cerrar los ojos
al reír eran sencillamente adorables.
— Mucha luz —dijo ella, aún
riéndose—. Junto a una ventana que da al este.
Youji le tendió una maceta
sin vacilar. — Entonces ésta es tu enredadera, no lo dudes.
La chica abrió mucho los ojos
ante el tamaño de la maceta y la planta. Era obvio que no podría
irse caminando a su casa con eso en sus brazos. Youji le guiñó
un ojo.
— No te preocupes, tenemos también
reparto a domicilio. Dejame la dirección donde querés que
la llevemos y nosotros nos encargamos.
Ella pareció meditar un momento,
sus ojos subiendo y bajando ostensiblemente por la figura de Youji.
-
— Es que... la quería llevar ahora...
Los otros tres vieron que Youji se
sacaba el delantal, cargaba la planta y los saludaba desde la puerta, y
menearon apenas la cabeza. Lo más seguro era que no volvieran a
verlo en toda la mañana. Pero Youji después de una cita solía
ser bastante más eficiente en las misiones, así que ninguno
iba a protestar demasiado por su escapada. Y obviamente el mayor de los
Weiss lo sabía y se aprovechaba abiertamente de eso.
— Aya-kun... ¿podrías
traer más helechos?
El pelirrojo asintió distraído
y salió a buscar lo que Omi le pidiera. La manía de Youji
con las mujeres le resultaba cada día más patética.
Su cama podía ser un desfile constante, su agenda telefónica
rebosar de tarjetas perfumadas y números que jamás volvería
a usar, su orgullo viril y su ego estar entre los mejores alimentados,
pero eso no remediaba que noche a noche durmiera abrazando su almohada,
no un cuerpo tibio.
Soledad. Desde que Aya se uniera a
Weiss había sido testigo de la guerra a brazo partido que su compañero
libraba contra la soledad y el dolor de haber perdido a Asuka por lo que
él creyera su culpa. Pero desde que la reencontrara y se viera obligado
a matarla, los ánimos de Youji habían sufrido una estrepitosa
caída hasta hundirse en la más negra de las depresiones.
Mudarse a Kyoto le había hecho bien de alguna forma, al menos ya
no volvía borracho todas las noches que no tenían misión,
pero aún así seguía obsesionado por seducir a cuanta
mujer encontraba con el vano afán de borrar de sus manos y su memoria
el recuerdo de su propio alambre apagando el brillo de los únicos
ojos que reflejaran amor genuino por él en toda su vida.
No tenía sentido inmiscuirse,
por supuesto, aun si a él le hubiera interesado hacerlo. Los años
de convivencia habían hecho que cada uno aprendiera a aceptar a
sus compañeros tal como eran y ya. Sin preguntas. Sin comentarios.
Sobre todo sin abrir juicio. Lo único que importaba era que a la
hora de trabajar cada uno hiciera su parte como correspondía. De
modo que los tres habían sobrellevado como mejor pudieran los meses
de alcohol y locura de Youji, limitándose a levantarlo del suelo
cuando lo encontraban tirado frente a la puerta, desmayado apenas pusiera
un pie en el departamento; lo llevaban a su cama, limpiaban sus desmanes,
lo cubrían en el negocio, evitaban cualquier mención a cualquier
anécdota vergonzosa.
Pero Youji seguía buscando
desesperado un antídoto a la soledad que lo consumía por
dentro. Sin comprender que todos ellos habían elegido por propia
voluntad su camino, y que éste excluía de forma terminante
la posibilidad de una compañera. ¿Qué clase de mujer
sería pareja de un asesino? ¿Es que Youji nunca se había
detenido a pensarlo? “Perdón, querida, ayer no pude verte porque
tuve que cargarme a un par de tipos...”
Aya le alcanzó los helechos
a Omi y volvió a su lugar tras la caja. El chico supo por su mirada
que estaba perdido en sus pensamientos, pero no se molestó en desperdiciar
una pregunta al respecto. El pelirrojo se entretuvo ordenando los pliegues
para envolver y los lazos bajo el mostrador. Tal vez algún día
Youji entendería y se resignaría. Asuka estaba muerta, él
mismo se había cerciorado de que así fuera, y hacía
ya demasiado tiempo que estaba demasiado inmerso en un camino sin retorno.
Quizás cuando Youji comprendiera eso, podría dejar de engañarse
a sí mismo.
-
Dos habitaciones. Una era la oficina.
Otra parecía un dormitorio bastante lujoso. Ambas tenían
al menos una ventana que se abría a la terraza. Youji y Aya treparon
por la escalera de incendios y corrieron a agazaparse contra la casilla
que guardaba el tanque de agua. Ninguna luz desde las ventanas. El suelo
vibraba bajo sus pies con los ecos graves de la música que retumbaba
dentro del club. Ken y Omi estaban ahí, y no habían podido
ubicar a los dos distribuidores identificados que seguían vivos.
Sin necesidad de mirarse o intercambiar
señas entre ellos, con una sincronización fruto de años
de matanza juntos, los dos se movieron a un tiempo, separándose
para avanzar y volver a ocultarse. Un segundo después Youji abría
el ventanuco de la oficina a oscuras y se deslizaba dentro. Aya permaneció
pegado a la pared, atento a cualquier rumor proveniente también
de la otra habitación.
Youji encendió la computadora,
buscó con rapidez la información y conectó el zip
para copiarla. Tiempo estimado dos minutos. Se arrastrarían como
una culebra, eternos. Lo sabía, sus nervios ya estaban preparados.
Fue entonces que escuchó pasos tras la puerta, en el pasillo que
comunicaba con el interior del club. Permaneció inmóvil,
conteniendo el aliento, la mano derecha sobre su reloj, lista para liberar
su arma oculta. El rumor de pasos siguió de largo, escuchó
con claridad el ruido de una puerta. La habitación de al lado. Alguien
iba a pasar un rato divertido, a menos que se percatara de su presencia
en la oficina... Sonrió de costado.
Afuera, Aya también escuchó
las voces y se preparó para cualquier contingencia. Entonces vio
una luz tenue en el dormitorio. Chequeó su reloj. Todavía
restaba un minuto y medio para que Youji terminara. Escuchó las
voces que se fundieron en risas entrecortadas, un hombre y una mujer. Siguió
inmóvil, la katana firme en su diestra, los fríos ojos claros
barriendo la terraza desierta, sus oídos concentrados en los rumores
provenientes del interior, cualquier cosa que pudiera indicar problemas.
Diez segundos. En un máximo
de veinte Youji estaría a su lado, el zip con la información
en su poder. Siete segundos. Cinco. El grito pareció hacer eco en
los edificios vecinos. Una voz femenina. Un grito de horror. En el dormitorio.
Un gemido ronco lo siguió, un hombre, dolor y sorpresa en su voz.
Sin esperar a su compañero
saltó para sujetarse del borde inferior de la ventana que daba al
dormitorio. Pero antes de que lograra izarse alguien rompió el vidrio
desde adentro, y junto con los fragmentos que llovieron sobre él
sintió que le aplastaban los dedos de un pisotón. Una sombra
saltó por la ventana, cayendo en cuclillas a pocos pasos de él.
Sin atender al dolor de sus manos, ni a las astillas de vidrio clavadas
en su abrigo y enredadas en su pelo, Aya corrió hacia la persona
que ya se erguía para huir a todo correr. Una imagen se presentó
clara ante sus ojos: el chico en el callejón la noche anterior.
— ¡Quieto ahí! —conminó
antes de llegar a su lado, la katana alzándose sobre su cabeza.
Pero la silueta menuda envuelta en
ropa negra giró de un salto a una velocidad sorprendente, detuvo
la estocada que buscaba su cuello con su propia espada y lanzó un
golpe a puño cerrado que lo alcanzó en la boca, echándolo
hacia atrás. Un instante después se alejaba corriendo hacia
el borde de la terraza. Aya se lanzó tras él escupiendo sangre,
el corazón latiendo rápido de excitación.
Era él. El chico de la noche
anterior. Había alcanzado a ver de nuevo sus ojos negros y ardientes,
la cara de facciones tan suaves y frescas salpicada de sangre, la delgada
línea de sus labios apretados en su resolución. No sólo
un asesino. También alguien capaz de contener uno de sus ataques,
y lo que era más, con semejante anticipación y destreza para
golpearlo a su vez. Alguien con quien realmente valía la pena luchar.
Algo que no había encontrado desde que derrotaran a Schwarz.
Cuando el chico se disponía
a saltar al techo del edificio de atrás, un piso más abajo,
Aya sintió un siseo helado junto a su oído. El alambre de
Youji relumbró fugazmente en la luz de neón antes de ajustarse
en torno a un brazo del chico. El tirón lo hizo vacilar en el borde
de la cornisa y perder el equilibrio. Aya alcanzó a sujetar el alambre
antes de que la inercia arrastrara también a Youji en la caída.
El chico había quedado colgando
del brazo prisionero, girando lentamente mientras sus piernas intentaban
encontrar un punto de apoyo en la pared. Aya se inclinó más,
tratando de alcanzar su mano, sin lograrlo. Entonces decidió izarlo.
Youji se acercaba recogiendo su alambre, ahora a dos pasos tras él.
Sintió el delgado metal mordiendo sus manos a través de sus
guantes, el mismo dolor punzante que le provocaban esos ojos fieros, llenos
de odio, clavados en los suyos. El chico había perdido su espadaa,
que cayera a la terraza vecina, pero con un esfuerzo desesperado consiguió
abrir su sobretodo y sacar un cuchillo. Aya logró izarlo varios
centímetros. Un poco más y podría sujetar su brazo,
que a esa altura debía estar seriamente lesionado. Por suerte no
era el de la espada. Y tal pensamiento lo sorprendió. ¿Desde
cuándo reparaba él en las heridas de un atacante? Brazo sano
o arruinado, lo que importaba era atraparlo lo suficientemente vivo para
hacerlo hablar.
Pero ese chico no le interesaba sólo
para interrogarlo. No estaba dispuesto a permitir que escapara ignorando
si volvería a encontrarlo. Menos aún que se matara con una
mala caída. Ese chico no iba a morir antes de que sus aceros se
cruzaran. Después de eso, uno de los dos podría ir a dejar
sus huesos dónde y cuándo mejor le pareciera, dejando que
el cuerpo del otro se enfriara ahí donde hubiera caído. Pero
hasta que eso pasara, Aya haría cualquier cosa por salvar su vida.
Esa espada tenía que destellar al menos una vez ante su katana.
Esa destreza tan feroz y sorprendente tenía que medirse con
la suya. La sola idea parecía bastar para acelerar su pulso, siempre
bajo control, de pura expectativa.
Youji se asomó junto a él
entonces, sujetando también el alambre para ayudarlo, pero Aya lo
vio soltarlo como si quemara con una exclamación ahogada. En ese
momento el chico trató de herir a Aya con el cuchillo. La hoja rasgó
el sobretodo sin alcanzar la carne, el pelirrojo tiró con todas
sus fuerzas hacia arriba mientras Youji, ya recuperado de lo que fuera
que lo sorprendiera tanto, se disponía a ayudarlo. Pero el segundo
golpe del chico fue dirigido al alambre, que se cortó con un chasquido.
Los dos Weiss contemplaron asombrados
cómo el chico caía manteniendo el cuerpo vertical y rodaba
al llegar a la terraza. Permaneció inmóvil un momento, tal
vez recuperando el aliento. Después saltó sobre sus pies,
recuperó su espada corta y desapareció por la escalera de
incendios sujetándose el brazo.
Aya se enderezó y escupió
a un costado la sangre que volviera a acumularse en su boca.
— Se escapó. Otra vez —masculló,
los ojos fijos en la escalera del otro edificio.
Youji lo enfrentó estupefacto.
—¿Otra vez... ?
El pelirrojo le lanzó una miranda
fulgurante envainando su katana.
— Ese chico mató al distribuidor
anoche.
Advirtió que Youji seguía
tan atónito como antes, pero no le prestó atención.
Miró hacia atrás, los dos cuartos ahora muy iluminados, y
cabeceó en dirección a la escalera por la que habían
subido. Tenían que irse antes de que los descubrieran. Pero apenas
dio dos pasos advirtió que Youji seguía inmóvil donde
lo dejara. Giró hacia él furioso.
— ¡Vamos! —siseó.
Youji sacudió la cabeza. —
Pe-pero... Aya... ¿No te diste cuenta?
El ceño del pelirrojo estaba
fruncido de una forma que, para quienes lo conocían, gritaba muerte.
Pero su compañero lo ignoró, señalando el otro edificio.
— Ese chico... era una chica...
La cara de Aya dejó de gritar
muerte dando paso a la sorpresa e incomprensión más absolutas
que Youji alguna vez viera en su cara, los ojos claros muy abiertos y fijos
en su compañero. ¡Una chica! Un grito desde la oficina los
hizo reaccionar a los dos. Sin agregar más, corrieron juntos hacia
la escalera y huyeron.
Principal |
|
Fics |
|
Tercera Parte |
|
|
|
|
|
|