Ten-go sue-ñooooooo...
Omi se
desperezó con un bostezo enorme y agradeció el té que
Youji le sirviera mientras él se desplomaba sobre una
silla de la cocina, todavía en pijama. El mayor meneó
la cabeza sonriendo de costado. Ese chico podía salir de
misión, cargarse media docena de tipos, correr un par de
kilómetros, trepar varias paredes y acostarse al
amanecer, y se despertaría a las siete y media, fresco
como una lechuga, listo para abrir el negocio y salir a
todo vapor para llegar a tiempo a su primera clase. Pero
dos noches seguidas en un club nocturno, con un poco de
baile por todo desgaste físico, lo habían dejado a la
miseria.
La
verdad, Youji-kun, no creo que alguna vez pueda seguirte
el ritmo la taza casi desaparece en su siguiente
bostezo, Omi se frotó los ojos tratando de abrirlos.
Una ducha
te va a venir bien.
Ken-kun
todavía está e-e-en el... ba-ñooooooo...
Youji apuntó
una galletita a la boca abierta y alcanzó a encestar
antes de que volviera a cerrarse.
Triple.
Omi masticó
sonriendo mientras el otro reía a carcajadas. En ese
momento Ken pasó como una tromba hacia la escalera del
negocio, vistiendo sólo sus boxer y dejando un reguero
de agua en el piso. Youji y Omi lo vieron bajar en tres
saltos e intercambiaron una mirada de incomprensión.
Pero no tuvieron ocasión ni necesidad de hacer preguntas: Ken subió tan
rápido como bajara y se plantó delante de Youji, el
diario en una mano, la otra en la cintura, y una mirada
de Muerte* en sus ojos oscuros.
Listo el
baño, Omi siseó.
El chico estaba
lo suficientemente despierto para entender y arrastró
sus pantuflas por el pasillo mojado hacia el otro extremo
del departamento. Cuando Ken-kun tenía que arreglar
tantos con Youji-kun, lo mejor era evaporarse. Mientras
abría la ducha reparó, un poco sorprendido, en que a
pesar de que Aya había sido el primero en bañarse,
todavía no había vuelto a salir de su cuarto.
Apenas Omi
cerró la puerta a sus espaldas, Ken tiró el diario
sobre la mesa y señaló la primera plana furioso. El
otro le echó un vistazo al titular en cuestión y alzó
la vista hacia él con una sonrisa provocativa que, lo
sabía bien, lo sacaría de quicio. En la pausa que
siguió, decidió presionar los límites de tolerancia de
Ken arqueando una ceja burlón. El muchacho estalló de
inmediato.
¡Quiero
saber qué mierda pasó ahí arriba anoche!
Youji tomó un
sorbo de su té, siempre sonriendo de costado.
¿Por?
¿¡POR!?
los puños de Ken hicieron saltar tazas y platos al
golpear la mesa. ¡Mataron al gerente de Sugoi!
¡Alguien lo abrió al medio con un arma blanca y escapó
por la ventana! ¡A la misma hora que Aya y vos estaban
ahí!
Youji arqueó
ambas cejas ahora, fingiendo incredulidad, y se inclinó
otra vez sobre el diario.
Ups,
tenés razón. Y también dice que robaron la oficina en
la volada... ¡Adónde vamos a parar! ¿Quién habrá
sido el desvergonzado que se aprovechó así de la
situación?
Ken se dobló
hacia él con peligro de voltear la mesa, resoplando, la
cara colorada a fuerza de contener su furia. Su voz
silbó entre sus dientes apretados.
Vi cómo
tiene la cara Aya, y encontré vidrios con sangre en el
tacho de basura del baño. También vi como dejó a ese
pobre pibe que tenía que seguir anteanoche. ¡Ahora
decime qué carajo pasó!
Youji sabía que
arriesgaba la integridad de su dentadura como mínimo,
pero no podía siquiera pensar en resistir la tentación.
Se reclinó contra el respaldo de su silla cruzando las
piernas y llevó ambas manos tras la nuca sonriendo.
¿Por
qué no le preguntás a Aya? Yo estaba en la oficina
cuando mataron al fulano y no me enteré de nada. Pero
él quizás vio algo...
Los puños de
Ken volaron a aferrar la pechera de la camisa de Youji,
que lo enfrentó imperturbable, todavía sonriendo de
costado.
Dejá de
hacerte el pelotudo y hablá siseó Ken, la cara
casi pegada a la suya. Ésa era su mejor Voz de Muerte,
haciendo juego con su mirada fulgurante.
Si no te
corrés te rompo la boca de un beso.
Ken lo soltó al
instante, empujándolo hacia atrás bruscamente, y
empezó a medir la cocina a zancadas.
¿¡Es
que no te das cuenta!? exclamó, fuera de
sí. ¡Aya está perdiendo todo control! ¡A ese
pibe lo destripó y lo dejó desangrarse! ¡Y ahora esto!
¡En vez de cubrirte, se metió ahí adentro y le
arrancó el corazón a ese tipo y a su amante!
Youji lo
contemplaba ir y venir fumando en silencio, su máscara
de indolencia intacta, cuidándose de darle a Ken el
menor indicio de lo que pasaba por su cabeza. Así que no
era el único que temía que Aya terminara de convertirse
abiertamente en un psicópata el día menos pensado. Y
que fuera justamente Ken-ken quien compartiera semejante
sospecha no era un asunto desdeñable. El muchacho se
detuvo frente a él revolviéndose el pelo con una mueca
de angustia y frustración, los hombros agobiados.
¿Desde
cuándo Aya necesita cargarse a alguien para poder
dormir? exclamó, y en su voz temblorosa había un
eco de desesperación que conmovió a Youji. ¿Y
después qué? ¿Va a matar a alguno de nosotros por la
espalda? ¡Mierda, Youji! ¿Qué le pasa?
¿Algún
comentario sobre mis actos?
Ken alzó la
vista y fijó los ojos desorbitados en Youji, que contuvo
su sonrisa viéndolo envararse. Casi podía seguir el
rastro del escalofrío que corriera por su espalda al
sentir esa voz fría y controlada tras él. Aya lo rodeó
para entrar a la cocina sin mirarlo y ocupó su lugar en
la mesa. Youji empujó la tetera hacia él en silencio,
su mirada saltando de la cara de Ken, repentinamente
pálido y sudoroso, a la acostumbrada expresión hosca
del pelirrojo.
A-Aya...
yo...
La voz de Ken se
perdió en un breve balbuceo incoherente. Aya terminó de
servirse su té antes de enfrentarlo, y viendo su
expresión Youji sintió que estaba siendo
innecesariamente cruel con el pobre muchacho. Al fin y al
cabo su única falta era tenerle afecto y preocuparse por
él, aunque su temperamento lo empujara a quedarse con
sus primeras impresiones sin detenerse a estudiar la
situación. Pero la forma de ser de Ken no era ningún
secreto para ellos, y Aya parecía un gato jugando con un
ratón mientras clavaba en él sus ojos claros, su
expresión tan fría e innacesible que ni siquiera
fruncía el ceño. El silencio se eternizó, tan tenso
que parecía palpable. Al fin Aya apartó la vista de
Ken, que seguía paralizado frente a la puerta de la
cocina, para concentrarse en su desayuno.
La
próxima vez que tengas algo qué decir sobre mí
dijo al fin, lentamente, con una frialdad más
humillante que el peor
insulto sería mejor que me lo digas personalmente.
Ken abrió la
boca para hablar, la cerró, frunció el ceño, resopló
con un gruñido y salió de la cocina hacia su cuarto,
dando un portazo al entrar. Youji terminó su cigarrillo
en silencio, observando a Aya, el labio inferior un poco
inchado y un moretón que prometía crecer junto a su
boca. Después se paró dejando escapar un suspiro y se
dirigió hacia el negocio. Se detuvo junto a la escalera
y giró hacia la mesa, donde el pelirrojo desayunaba
ignorando al universo según su costumbre.
Cada uno
de nosotros duerme con tres asesinos profesionales al
otro lado de la puerta dijo, cuidándose de vaciar
su acento de toda intencionalidad. Y en todos estos
años nunca sentimos el menor recelo al respecto
advirtió que Aya contenía su sorpresa instintiva
al escucharlo y meneó la cabeza. Que alguien como
Ken llegue a esto debería decirte algo.
Omi salió del
baño cantando, ya sonriente y animado como de costumbre,
y saludó con la mano a Aya antes de meterse en su cuarto
para vestirse. Cuando hubo cerrado la puerta, Aya alzó
la vista para contestarle a Youji, pero estaba solo en la
cocina.
Todos olemos a algo.
Todos tenemos esas feromonas que se divierten pregonando
nuestro estado de ánimo recurrente. Perfumes,
desodorantes, cremas, acondicionadores de ropa. Pantallas
inútiles. Todo el mundo se habitúa a tal o cual marca
de tal o cual producto. Y nuestras feromonas terminan
acostumbrándose también, de modo que se combinan con la
fragancia para formar ese olor que nos diferencia del
resto de la humanidad.
El olfato de un
asesino es algo importante. En una vida de acciones
rápidas y caras apenas entrevistas, una buena memoria
olfativa puede reconocer y determinar aliados y enemigos
llegado el momento. Aliados... ¿no amigos?
Respiró hondo, absorbiendo los olores a su alrededor,
sumergido en el mar de gente del distrito comercial de
Kyoto. Aliados, compañeros... Se descubrió
preguntándose por qué nunca aplicaba el término
amigos a los otros tres Weiss. Al fin y al
cabo ellos eran, después de su hermana, las únicas
personas con las que tenía alguna clase de relación. Lo
conocían y respaldaban mucho más de lo que estaba
dispuesto a admitir.
El estallido de
Ken horas atrás volvió a su memoria. Realmente
inesperado, que pudiera creerlo capaz de algo así. Aliados,
no amigos, se recordó. Ahí estaba la más clara
prueba. Él no tenía amigos. Se había convertido hacía
mucho en una sombra de muerte que ni siquiera aparecía
en los censos. La palabra amigo era una
utopía tan infantil como compañera. Y él
jamás había estado interesado en utopías. No las
necesitaba.
Una mujer pasó
a su lado, dejando tras de sí una fragante estela de
aroma a hierbas silvestres. ¿Cómo huele un asesino?, se
preguntó, deteniéndose distraído en una parada de
transporte público. Aún recordaba el olor de los cuatro
Schwarz, también de las Schreient, pero la mayoría de
ellos solía oler a alguna clase de loción, salvo
Farfarelo, por supuesto, que siempre apestaba a sangre.
Se llevó disimuladamente una mano a la nariz y se olió
las yemas de los dedos. Jabón. Apostaba a que las manos
de Ken y Omi olían exactamente igual: jabón de tocador
común. Ellos tres no eran como Youji, que insistía en
gastar fortunas en jabones especiales, shampú caro,
perfumes extravagantes. Hacía rato que cualquiera de
ellos que tuviera que hacer la compra de artículos de
limpieza a principio del mes compraba tres jabones
iguales, dejando que el otro se ocupara de sus manías
por las suyas. Además, las manos son en cierto sentido
lo más ajeno a nuestro cuerpo. Su sensibilidad táctil
es la más expuesta y desgastada, y están en contacto
constante con toda clase de agentes externos. Ninguna
mano huele como el cuerpo de su dueño.
Subió al primer
transporte que se detuvo, sin siquiera fijarse adónde
iba. Era su tarde libre y su único deseo era pasarla
lejos de la florería. Realmente quería estar solo, sin
nada en qué pensar, sólo dejar transcurrir las horas.
Ni siquiera había llevado consigo el libro que estaba
leyendo. Poco después se bajaba
frente a un viejo templo
sintoísta, en las afueras de la ciudad, y se perdía
entre los árboles tras el edificio de piedra rumbo al
río. Una pareja se estaba tomando una foto junto a una
fuente cubierta de musgo, que brillaba con reflejos
dorados bajo el sol. Turistas. Seguramente de Tokyo.
Pasó junto a ellos sin prestarles atención, hasta que
un soplo de brisa arrastró hasta su nariz un eco del
perfume de la mujer. Se detuvo bruscamente y giró sobre sus talones, pero la
pareja ya se alejaba hacia un nutrido grupo de visitantes
a punto de irse del templo.
Volvió a ver
frente a sus ojos la cara del chic... la chica del
callejón, la noche anterior en la terraza. Colgaba a
sólo un metro de él, los ojos negros fijos en los
suyos, sin el menor rastro de temor en su mirada o su
actitud. Sangre. Por supuesto que había olido la sangre
que manchaba su cara, sus manos, su ropa. Acababa de
hacer una carnicería en ese cuarto. Pero junto al olor a
sangre, casi imperceptible pero aún ahí, había algo
más. Sumire... La chica olía a sumire*... Los
ojos claros de Aya se perdieron en la danza del agua en
la fuente, el sol arrojando destellos dorados desde la
pila sobre su cara.
Una chica al
menos dos años menor que él. Menuda, rápida, fuerte,
ágil. Llena de odio y ansias de venganza. Sabía manejar
armas blancas y luchar cuerpo a cuerpo. Sabía matar sin
escrúpulos ni remordimientos, aun dolorosamente.
Miraba abiertamente a los ojos de sus oponentes.
Repartía muerte desde lo más profundo de su alma,
convirtiendo su acero en una herramienta del destino. Y
su olor encerraba el perfume tan delicado de una flor
llamada sonrisa...
Ken se sorprendió
de ver a Manx en el negocio al mediodía, quince minutos
después de que cerraran para almorzar. Pero advirtió
que Youji parecía esperarla y creyó comprender lo que
pasaba. Seguramente el otro compartía su preocupación
por Aya, que saliera una hora atrás sin siquiera avisar,
y había aprovechado su ausencia para llamarla. La
pelirroja se sentó con ellos tras el mostrador y aceptó
el sandwich que le ofrecía Youji, dándole un mordisco
antes de enfrentarlo meneando la cabeza.
Nada
suspiró. No tenemos idea de quién pueda ser
y Birman y yo ya no sabemos dónde más investigar.
Sus palabras
desconcertaron a Ken, que se volvió interrogante hacia
Youji.
Omi va a
terminar de desencriptar de la data apenas vuelva, pero
por más que tengamos nombres y direcciones, seguramente
la cosa no va a ser tan fácil ahora. Dos muertos en dos
días, es de esperar que los de arriba se pongan bien a
cubierto.
Manx volvió a
suspirar y a menear la cabeza. ¿Estás seguro de
la descripción que me diste?
Youji asintió
sin vacilar. 1,60 de estatura, pelo negro por los
hombros más o menos, japonesa, no más de 20 años, y
sobre todo peligrosa. Le rompió la boca a Aya cuando él
estaba a punto de ensartarla.
Ken dio un
respingo al escucharlo y alzó una mano frunciendo el
ceño. ¿De quién están hablando?
Youji lo
enfrentó con una mueca, molesto por su interrupción.
De la persona que mató al distribuidor y al
gerente de Sugoi.
La boca de Ken
se abrió formando una "O" colosal y
silenciosa, hasta que reparó en otra cosa.
¿Dijiste
ensartarla? ¿¡Estás hablando de una mujer!?
Los otros dos no
perdieron tiempo en contestarle y lo dejaron con su
asombro y sus preguntas, retomando su conversación.
Las
órdenes son seguir con la misión a pesar de todo
dijo Manx muy seria. Y agregar esa chica a la
lista de objetivos, si es posible en primer lugar.
Youji se echó
hacia atrás contrariado. Entendía perfectamente los
motivos de semejante directiva. La mitad de ellos eran
más que suficientes para marcarla como objetivo. Pero
él había visto el brillo en los ojos de Aya mientras
trataba de izarla la noche anterior, así como su
reacción al enterarse de su sexo, algo tan fuerte que
había barrido con absolutamente todas sus barreras y su
jodida pose de soy-de-hielo-nada-puede-tocarme, para
mostrarse abiertamente antes de que él pudiera siquiera
pensar en evitarlo.
Manx dijo algo más,
pero Youji no la escuchaba, perdido en una escena que
volviera a su memoria repentinamente. Había sido poco
antes de dejar Tokyo. Aya había pretendido criticar su
conducta, y de no haber intervenido Ken y Omi para
separarlos, hubieran terminado ambos en el hospital.
¡Todos nosotros nos vimos obligados a matar a alguien
que queríamos! le había echado en cara a gritos
al pelirrojo, tratando en vano de apartar a Ken para
saltar sobre él. ¡Todos menos vos! ¡Vos no
sabés lo que es eso! ¡Así que cerrá el culo antes de
que te lo cierre yo a patadas!!!
El encontronazo
se había agregado a su sumario de anécdotas bajo el
rótulo "Pequeñas Delicias de la Vida
Conyugal" y había sido olvidado sin más. Hasta
ahora...
Se reclinó
hasta apoyar la espalda contra la estantería y prendió
un cigarrillo sin siquiera advertir que Manx se disponía
a irse. Sólo podía desear que la reacción de su
compañero no tuviera más motivo que una sorpresa
justificada, pero nada más allá. Que ese brillo en la
mirada fuera sólo expectativa al haber encontrado un
rival a su nivel. Que descubrir que tal rival era mujer
no hubiera alterado su forma de verla. Escuchó como en
sordina a Ken saludando a Manx y el suave tintineo de las
campanillas de la puerta. Cerró los ojos ahogando un
suspiro. Kuso*! Sos tan tortuoso que sos capaz de
convertirla en la primera mujer capaz de hacerte sentir
algo.
* La "mirada de Muerte" de Ken es de
Deena ("Sueños..."). Gomen! Me causa tanta
gracia que no pude evitar el plagio!
* Sumire: la forma nipona de decir "smile"
(sonrisa). Es un nombre propio femenino relativamente
común. Además es una flor silvestre, pequeña, violeta,
de pocos pétalos y perfume dulce. También se puede
encontrar en florerías, en maceta, no ramos, aunque las
sumire de vivero tienen el doble de tamaño, y el extremo
interno de los pétalos (donde se unen al pedúnculo,
digamos) suele tener como una gota de color más claro,
generalmente blanco o amarillo. (¡Gracias, Kyoko-chan,
por la información!!!)
* Kuso!: ¡mierda!
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