Las
diez de la noche. Ken miró de reojo la hora por enésima
vez, y al alzar la vista encontró la sonrisa irónica y
los ojos verdes de Youji. Suspiró meneando brevemente la
cabeza. Omi ya había terminado de desencriptar el zip,
tenían cuanta información necesitaban para la misión,
ya habían estudiado un diagrama del distrito al que
irían, trazado los planes, preparado sus armas. Hasta
habían cenado, obligados a ceder a los fieros rugidos de
sus estómagos. Y ni rastros de Aya.
No estás
preocupado sino arrepentido, Kenken. Dejalo correr.
La voz de Youji
hizo añicos el silencio del living, donde se hundieran
en los cómodos sillones a esperar al pelirrojo. Omi se
había recostado en el de tres cuerpos con su diskman y
los ojos cerrados, mientras los otros dos tomaban sin
prisa un té de hierbas. El muchacho frunció el ceño,
apartándose el flequillo de los ojos de un manotazo. Tal
vez Youji tuviera razón, pero no dejaba de ser raro que
Aya todavía no hubiera dado señales de vida después de
tantas horas. Sobre todo sabiendo que lo más seguro era
que esa noche tuvieran que salir. Cerró su puño
derecho, haciendo que las filosas garras de acero
salieran de sus fundas en el dorso de su mitón. Youji
rió suavemente.
Sería
mejor que te tranquilices un poco antes de jugar con eso.
Ya veo que Omi y yo vamos a tener que terminar esto
solos, vos con un brazo desgarrado y Aya...
vaciló desaparecido.
Ken advirtió
que había cambiado el final de la frase a último
momento, pero la expresión abstraída de Youji le
indicó que cualquier pregunta quedaría sin respuesta.
Fugado con su
querida asesina, repitió Youji para sus adentros.
Aquello no lo había pensado. ¿Y si Aya había
conseguido encontrarla y... ? ¿Y qué? Por muy buena
que sea, él es más rápido y más fuerte, a la larga no
tiene chance... Y tratándose de Aya, cualquier
otra clase de encuentro queda descartado.
En ese momento
oyeron una llave girando en la puerta de calle. Ken se
paró de un salto, tropezándose con el borde de la
alfombra. Conservó el equilibrio de milagro, recibiendo
a Aya en una posición que lo hacía parecer a punto de
saltar sobre él, las garras aún desplegadas y las
piernas separadas y un poco
flexionadas. Youji se cuidó muy
bien de mostrarse divertido al ver la mirada que le
lanzó el pelirrojo, que miró brevemente a los otros dos
con uno de sus cabeceos.
Salimos
en cinco minutos. Me explican por el camino dijo.
Esquivó a Ken y
se dirigió a largos trancos a su cuarto, cerrando sin
ruido la puerta tras él. Omi ya había cambiado el
diskman por su ballesta, y luego de echar una ojeada a la
expresión de Youji se llevó a Ken hacia el garage con
cualquier excusa.
Aya se
desvistió con movimientos rápidos y precisos para
embutirse en lo que los otros tres solían llamar
ropa de trabajo. Se estaba calzando la
primera bota cuando golpearon a la puerta. Dos golpes
breves, discretos. Seguramente Ken para disculparse por
lo de esa mañana. Youji lo había llamado a su celular
varias horas atrás, avisándole que había considerado
necesario poner a los demás (Ken, Omi y Manx) al tanto
de la existencia de esa chica para evitar nuevos
malentendidos. No se molestó en abrir la puerta. En
menos de un minuto estaría fuera, y tendría toda la
noche para soportar la expresión de carnero degollado
del ex-futbolista.
Soy yo,
Aya.
¿Youji?
¿Qué más quería decirle sin que los otros dos lo
escucharan? Tampoco ahora respondió. Sentado a los pies
de la cama, de espaldas a la puerta, se puso la bota
restante.
Sumire...
Aya contuvo su
reflejo instintivo de echar mano a la katana. El otro
había entrado sin esperar respuesta, con su
característico sigilo gatuno, y se había detenido a
oler la flor que él acababa de dejar sobre su mesa de
luz. Terminó de calzarse y se incorporó sin
enfrentarlo, descolgando su sobretodo. Aunque estaba
irritado por su intrusión, no tenía el menor deseo de
entablar ninguna conversación, ni siquiera para echarlo.
Manx no
pudo averiguar nada sobre ella dijo Youji tras
él. Pero me pareció que a Ken le haría bien
saberlo.
¿Que no
soy un carnicero? gruñó Aya ajustando las varias
docenas de hebillas de su abrigo.
En otro
momento, Youji se hubiera detenido a felicitar al
pelirrojo por haber demostrado humor al menos en una
ironía, pero no esa noche.
La
quieren muerta.
Aya no había
prendido la luz, cambiándose en la penumbra incierta que
llegaba desde la calle. Pero aun en aquella claridad tan
débil, Youji creyó ver el destello de sus ojos cuando
al fin lo enfrentó. No esperaba ningún comentario de su
parte al respecto, y sus palabras lo dejaron helado:
Es mía.
Youji lo vio alejarse hacia la cocina y meneó la cabeza
con un suspiro. No puede estar hablando en serio. No puede
tener ganas de matarla... ¿o sí?
¡¿Nada?!
Youji aplastó
el cigarrillo de un pisotón con uno de sus rosarios más
floridos. Aya y Omi estuvieron en un momento de regreso
en el auto.
Es la
casa, pero no hay nadie suspiró el menor.
Todavía
quedan dos terció Ken.
Lo mejor
va a ser dividirnos para no perder más tiempo dijo
Aya.
Ken consultó la
hora y las direcciones que tenían, fue Omi el que puso
voz a lo que pensaba. ¿Y si ahí tampoco hay
nadie?
Lo
dejamos para mañana replicó Youji arrancando.
Diez minutos
después, Aya y Omi volvían a bajar juntos del auto,
esta vez en plena zona residencial, frente a una casa de
dos plantas rodeada por un jardín parquizado inmenso.
Esperaron a que los otros dos se alejaran antes de rodear
la propiedad buscando un buen lugar para entrar. Aunque
el jardín estaba bien iluminado, no se veían luces ni
movimiento dentro de la casa.
El rayo de la
alarma tenía un trazado sencillo, y con el visor
infrarrojo de Omi lo traspusieron sin inconvenientes. Se
separaron para rodear la casa, sin hallar señales
de alarmas internas, hasta que el chico encontró una
ventana que podrían forzar fácilmente. Aya retrocedió
para apostarse frente a la ventana en cuestión barriendo
el jardín silencioso con mirada atenta. Un sonido casi
imperceptible a sus espaldas lo obligó a inmovilizarse.
Fue entonces que percibió, tan tenue que costaba
diferenciarlo de los olores de plantas y árboles, el
soplo de perfume de sumire.
Si te veo
cuando gire, estás muerta siseó, cuidando que sus
palabras fueran comprensibles a pesar de lo bajo de su
tono.
No van a
a encontrar a ninguno en su casa.
Los dedos que
aferraban la katana se aflojaron contra su voluntad, tal
fue la impresión que le causó esa voz. Firme incluso en
un susurro, fría, y sin embargo conservaba un eco de
suavidad. Giró en redondo hacia ella, descubriendo su
figura negra bajo un árbol a cinco metros, el destello
junto a su pierna señalaba la espada lista en su
diestra. Aya ignoró el escalofrío que corrió por su
espalda al volver a enfrentarla, y los rápidos latidos
de su corazón cuando encontró los ojos negros fijos en
él desde las sombras.
La chica salió
del reparo del árbol, exponiéndose a la cálida luz
dorada de un farol. Sus pasos eran tan silencios, todo su
cuerpo se movía con tanto... equilibrio...
Están
todos en el laboratorio agregó, deteniéndose a
dos metros de él.
Aya la observó
preguntándose por qué la dejaba acercarse tanto, qué
hacía ella ahí, por que le daba esa información. Su
mano volvió a ajustarse en torno a la empuñadura de la
katana. Su mente ya analizaba su postura, la distancia
entre ellos, las probabilidades de sorprenderla con la
guardia baja o de anticipar sus movimientos. A pesar de
todo, tampoco dejó de advertir la delicada belleza de
sus rasgos, que veía por primera vez distentidos y sin
huellas de sangre. Ella lo observó un momento y frunció
los labios en algo cercano a una sonrisa. Aya sintió que
esos ojos negros leían en él con una facilidad
irritante.
Reforzaron la seguridad del edificio; planean esconderse
ahí, al menos por un tiempo.
Guardó su
espada con un movimiento estudiadamente lento, que no
daba lugar a sospechas sobre sus intenciones. Aya sintió
la urgente necesidad de humedecerse los labios,
repentinamente secos cuando la vio volver a avanzar hasta
estar a sólo medio metro de él. Su legendaria frialdad
vino en su auxilio en ese momento y se acordó de fruncir
el ceño.
¿Y por
qué me decís todo esto? inquirió en tono
áspero.
La chica
inclinó la cabeza con otra sonrisa vaga y Aya tuvo la
odiosa sensación de estar haciendo el ridículo, algo
que ciertamente no le pasaba con frecuencia.
Porque
con todos los guardias que contrataron no puedo entrar
sola.
La cara del
pelirrojo delató toda su sorpresa al escucharla. Ella se
permitió reír por lo bajo y él volvió a estremecerse.
Aquel sonido, así como su expresión, le resultaban tan
familiares que era de alguna manera atemorizante. Su
forma de vida no era de las que dan muchas oportunidades
de ver gente riendo, y a decir verdad él sólo creía
conocer la forma de reírse de cuatro personas en todo el
mundo: su hermana y sus tres compañeros. ¿Del
negocio... ? Pero no era momento de tratar de ubicar
esa risa. Ella avanzaba otra vez, deteniéndose a escasos
dos pasos de él. Aya la miró arriba abajo con toda la
frialdad que era capaz de reunir en esa situación,
descubriendo enfadado sus propios ojos fijos en aquellos
labios finos, aún fruncidos en una sonrisa burlona.
¿Te paso
a buscar, también?
¿Dos ironías
en una sola noche? Youji habría armado todo un
escándalo si hubiera podido escucharlo. Pero la chica sólo
arqueó las cejas, casi divertida.
No
necesito guardaespaldas, y podés hacer lo que quieras
con lo que te dije. La mejor hora es después de
medianoche, que es el último cambio de guardias
Aya se envaró al verla meter las manos en los
bolsillos de su abrigo abierto, bajo el que vestía una
polera y calzas negras, ropa cómoda, práctica para lo
que hacía... y que dibujaba su silueta estrecha y
proporcionada.... Voy a entrar al mismo tiempo que
ustedes, por otro lado, así que les voy a servir de
distracción le dio la espalda y comenzó a
alejarse, deteniéndose de nuevo junto al árbol para
mirarlo por sobre su hombro. Maten a quien se les
antoje sus ojos fulguraron con un brillo
fiero. Pero Shinari Saizuke es mío.
Su acento hizo
que un tercer escalofrío corriera por la espalda de Aya,
que permaneció inmóvil cerca de la ventana, viéndola
desaparecer en la noche. ¡Tanto odio! Si él alguna vez
hubiera tenido que usar esas mismas palabras
refiriéndose a Takatori, su voz habría reflejado
exactamente la misma emoción. Igual de profunda. Igual
de irrevocable.
¿Aya-kun... ?
Logró disimular
su sobresalto al escuchar a Omi tan cerca. El chico
saltó por la ventana con su agilidad acostumbrada y se
le unió mostrándole un mini cassette.
Encontré
un mensaje interesante en el contestador dijo, y
frunció el ceño. ¿Aya-kun? ¿Todo bien?
Él sólo
cabeceó hacia la calle. Sí, vamos.
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